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3 de marzo de 2009

La Sangre



Todo el mundo sabe que no podemos vivir sin sangre. Y que la sangre de nuestros cuerpos es bombeada por el corazón a través de una compleja red de venas y arterias. Pero, aparte de estas obviedades, ¿qué más sabes sobre esa sustancia roja que te corre por las venas?

La sangre es fundamental porque el correcto funcionamiento del organismo depende de que a los miles de millones de células que lo componen les llegue un suministro regular y constante de combustible y oxígeno. ¡Ni siquiera el corazón podría sobrevivir sin la sangre que fluye por los vasos sanguíneos que nutren sus paredes musculares! La sangre también transporta el dióxido de carbono y otros materiales de desecho hasta los pulmones, los riñones y el sistema digestivo, mientras estos órganos se encargan de expulsar al exterior los productos de desecho.

Sin sangre, no podríamos regular la temperatura corporal, no podríamos luchar contra las infecciones y no podríamos deshacernos de los productos de desecho.

¿Cómo hace todas esas cosas la sangre exactamente? ¿Cómo se fabrica y de qué está compuesta? ¿Cómo se coagula? Ha llegado el momento de aprender más cosas sobre ese fluido tan misterioso e imprescindible para la vida denominado sangre.

¿Qué es la sangre y qué funciones desempeña?

Hay dos tipos de vasos sanguíneos que transportan la sangre a través del cuerpo. Las arterias llevan sangre oxigenada o “limpia” (sangre que ha recibido oxígeno al pasar por los pulmones) del corazón al resto del cuerpo. Las venas llevan la sangre “sucia” desde el resto del cuerpo hasta el corazón y los pulmones, donde se vuelve a oxigenar. Cuando te bombea el corazón, puedes notar cómo la sangre corre por tu cuerpo en los puntos donde se suele tomar el pulso –como el cuello y la cara interna de la muñeca- donde grandes arterias llenas se sangre pasan cerca de la superficie de la piel.

La sangre que recorre esta red de venas y arterias se denomina sangre entera. La sangre entera contiene los siguientes tres tipos de células sanguíneas:

* glóbulos rojos
* glóbulos blancos
* plaquetas

Estos tres tipos de células sanguíneas se fabrican mayoritariamente en la médula ósea (el tejido blando que hay en el interior de los huesos), especialmente en la médula ósea de las vértebras (los huesos que componen la columna vertebral), las costillas, la pelvis, el cráneo y el esternón (el hueso que hay en el centro del pecho, entre las costillas). Estas células viajan por el sistema circulatorio suspendidas en un líquido amarillento denominado plasma. El plasma contiene un 90% de agua, así como nutrientes, proteínas, hormonas y productos de desecho. La sangre entera es una mezcla de células sanguíneas y plasma.

Glóbulos rojos

Los glóbulos rojos (también denominados eritrocitos) tienen forma de disco aplanado y ligeramente dentado. Contienen una proteína rica en hierro denominada hemoglobina. La sangre adquiere su color rojo intenso característico cuando la hemoglobina de los glóbulos rojos absorbe oxígeno al pasar por los pulmones. A medida que la sangre circula por el cuerpo, la hemoglobina va liberando oxígeno a los tejidos. El cuerpo contiene más glóbulos rojos que ningún otro tipo de célula, y cada glóbulo rojo vive aproximadamente 4 meses. Cada día tu cuerpo produce nuevos glóbulos rojos para sustituir a los que mueren o se pierden.

Glóbulos blancos

Los glóbulos blancos, también denominados leucocitos, son una pieza clave del sistema de defensa del cuerpo contra las infecciones. Pueden entrar y salir del torrente sanguíneo para llegar a los tejidos infectados. La sangre contiene muchos menos glóbulos blancos que rojos, pero el cuerpo puede aumentar la producción de glóbulos blancos cuando contrae una infección. Hay diversos tipos de glóbulos blancos y pueden vivir de solo unos pocos días a varios meses. En la médula ósea se forman constantemente nuevas células.

En la lucha contra las infecciones participan diversas células sanguíneas. Por los vasos sanguíneos circulan dos tipos de glóbulos blancos: los granulocitos y los linfocitos. Ambos luchan contra gérmenes como las bacterias y los virus y también intentan destruir aquellas células que se han infectado o que han mutado transformándose en células cancerosas.

Ciertos tipos de glóbulos blancos producen anticuerpos, unas proteínas especiales que reconocen los materiales o microorganismos extraños que entran en el cuerpo y ayudan a este último a destruirlos o neutralizarlos. Cuando una persona tiene una infección, su concentración de glóbulos blancos en sangre suele ser más elevada que cuando está sana porque su cuerpo produce una mayor cantidad de este tipo de células para combatir la infección. Una vez el cuerpo de una persona se enfrenta a determinado tipo de agente infeccioso o germen, sus linfocitos “recuerdan” cómo fabricar los anticuerpos específicos que permitirán atacar rápidamente a ese tipo de germen en cuanto vuelva a entrar en el cuerpo.

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