Es sabido que el calor de las manos procede enteramente de la sangre, a no ser que un objeto la proyecte directamente sobre ellas. Por consiguiente, debe haber una razón para que cuando las frotamos con nieve afluya a las manos una cantidad de sangre mayor que de costumbre. La temperatura de la sangre no ha aumentado, pues en tal caso el cuerpo entero lo notaría. Lo que ocurre realmente es que las manos reciben la sangre que por ellas circula en mayor cantidad y con mayor rapidez.
El cerebro es el encargado de cuidar la piel, como de las demás partes del cuerpo. Ahora bien, cuando la piel se enfría, su vida se deprime considerablemente, y padecerá detrimento si no recibe algo que contrarreste tales efectos. Por eso, el cerebro ordena a los vasos sanguíneos de la piel, dondequiera que está se ha enfriado, que se aflojen y se ensanchen par que la sangre circule por ellos con rapidez, a fin de calentarla.
Foto: Winterfolk
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